Gran parte de nuestro comportamiento es aprendido. Es aprendido a través de las consecuencias que éste tiene en un momento dado. Cada día millones de personas abandonan la cómoda cama para trabajar duro en puestos de trabajo no muy agradables. ¿Por qué? La respuesta, por supuesto, es obvia: por una serie de consecuencias agradables, aunque demoradas en el tiempo, como una nómina a final de mes. Un niño pedirá amablemente lo que desea o, incluso, tendrá una rabieta para obtener aquello que desea, y ¿por qué? Por las consecuencias, en la forma de aquello que desea.
Si alguna vez te has preguntado por qué alguien se comporta como la hace, simplemente observa los eventos que siguen su comportamiento en esa situación y sabrás por qué esa conducta persiste. E igual, si te has preguntado por qué un comportamiento cesa o deja de darse, igual. Llamamos consecuencias a los eventos que siguen a las conductas. En determinada situación una conducta es fortalecida o debilitada por sus consecuencias. Éste es un principio básico de conducta humana al que nos referiremos repetidamente.
Otro principio fundamental de la ciencia de la conducta es que el comportamiento responde mejor a las consecuencias positivas.
En ocasiones los padres y maestros emplean métodos punitivos y coercitivos. ¿Por qué? ¡Exacto! Por las consecuencias. Si un niño está molestando, gritando y comportándose de forma inapropiada y el padre le regaña y le da un azote, probablemente ocurra lo que el padre desea: la consecuencia inmediata es que el hijo deja de portarse mal. Esta consecuencia fortalece el comportamiento del padre que, en una situación similar en el futuro, con mucha probabilidad se comportará igual. Mientras más grita, azota o regaña un padre para controlar el comportamiento de su hijo, más invitará el comportamiento de su hijo a gritar, regañar o azotar. Estudios similares en aulas han revelado exactamente lo mismo. Mientras más regaña el maestro a los alumnos para que se sienten y estén en silencio, más tiempo pasan los estudiantes de pie y haciendo ruido. Es predecible.
La mejor manera, la forma más efectiva y con resultados más beneficiosos es sacar ventaja de todas las oportunidades diarias para proporcionar consecuencias positivas al comportamiento apropiado. Estas consecuencias positivas pueden tener la forma de un abrazo, un beso, una palmada en la espalda, una palabra de ánimo o de felicitación, una sonrisa, un guiño, una ficha en un bote o un punto en un registro de buen comportamiento y la lista continua.
Pero lo que es realmente maravilloso es que cuando esta estrategia se usa de manera apropiada y consistentemente, la incidencia de conducta inadecuada desciende dramáticamente mientras que la incidencia de conducta adecuada aumenta considerablemente y se mantiene. Es predecible. Es un hecho el que en los hogares en los que los padres sonríen a sus hijos, se ríen con ellos, mantiene muchas interacciones apropiadas con sus hijos y hablan con sus hijos de un modo agradable y sin juzgar, la frecuencia de problemas de conducta es muy baja y la frecuencia de relaciones agradables entre padres e hijos aumenta.
El contrato conductual
En situaciones en las que es necesario motivar a niños a hacer aquello que no quieren hacer, se han empleado con éxito estrategias encaminadas a permitirle acceder a ciertos privilegios por hacer aquello que no desean. Esto se puede realizar de varias maneras. Una de ellas consiste en establecer un acuerdo escrito entre dos partes en el que una o ambas se comprometen a cumplir un objetivo y en el que se establece la consecuencia que será administrada como resultado.
Para formalizar estos aspectos (tanto lo que se espera del niño como las consecuencias por realizarlo) algunos niños responden muy bien al Contrato Conductual. Se trata de una aplicación en la que se escriben las expectativas en forma de objetivos (cambios de comportamiento deseados), las consecuencias se especifican en forma de privilegios y las responsabilidades se establecen claramente. Todos los aspectos contenidos en un contrato deben ser dialogados y negociados por ambas partes. Debe ser presentado como un proceso de intercambio compartido por todos, no como algo que se le impone. Se le puede plantear como una vía que os va a llevar a mejorar la convivencia y a conseguir determinados objetivos personales. Debe participar activamente en la selección de consecuencias y, progresivamente, se le puede ir otorgando más poder de decisión sobre los diferentes aspectos del contrato.
Además del contrato, otro sistema que ha resultado exitoso con el comportamiento de muchos niños y adolescentes ha sido la economía de fichas.
De nuevo recordad: es absolutamente necesario que vuestro/a hijo/a consiga más y más reforzamiento positivo (consecuencias agradables) y atención cuando se está comportando de forma deseable, es decir, habla adecuadamente, de forma amable y sin ser cortante. Como regla, suelo recomendar a los padres tener, al menos, 20 interacciones positivas con sus hijos cada hora mientras éstos se comportan adecuadamente. Estas interacciones serán breves y naturales y que pueden tener 20 interacciones cada hora sin que les lleve más de un minuto por hora, usando un guiño, una sonrisa, una palmada en la espalda o simplemente diciéndole unas palabras que le reconforte. Podéis colocar algunas señales por la casa que sirvan para recordaros hacer esto con frecuencia.