UNA REFLEXIÓN SOBRE EL COMPORTAMIENTO Y LA EMOCIÓN

Gran parte de nuestro comportamiento es aprendido. Es aprendido a través de las consecuencias que éste tiene en un momento dado. Imaginemos a un niño que está jugando con un cochecito que emite sonidos y luces. En un momento, el coche de juguete deja de emitir tanto la luz como los sonidos. Entonces el niño mueve el coche, lo mira, lo agita. Finalmente lo golpea contra el suelo y justo entonces el coche vuelve a emitir sonido y luces. Si en el futuro se diera una situación similar, ¿qué creéis que es lo más probable que hará el niño? ¡Exacto! Muy probablemente volverá a golpear contra el suelo el coche. Cualquier observador que presencie tal escena puede describir a este niño como agresivo, violento, irascible, etc. Haciendo referencia a una característica del niño (emoción, sentimiento, algo inherente a este niño).

Me gustaría detenerme en aclararos que, a través de las vivencias, no solo aprendemos a comportarnos, sino que también aprendemos a emocionarnos, a responder con emociones ante los acontecimientos. Pensemos, pues, en la siguiente escena: una chica camina por la calle. En un momento dado se le acerca un perro, le ladra y le ataca. La chica experimenta cómo se le aceleran las pulsaciones, le sudan las manos, le tiemblan las extremidades, se le acelera la respiración…, experimenta lo que llamamos miedo. Además, la chica grita, se cubre la cara, salta y empieza a huir del animal. Estos son todos comportamientos que podemos identificar como conductas relacionadas con el miedo.

Seguramente estaréis de acuerdo conmigo en que saltar, gritar, huir, protegerse… se parece más a lo que entendemos por miedo que la aceleración de la tasa cardíaca, de la sudoración, o de la frecuencia de la respiración, ya que estos cambios se pueden experimentar también cuando se hace ejercicio, o se están experimentando otro tipo de emociones (como la alegría, por ejemplo). Es decir, es difícil separar la emoción del comportamiento. Continuando con el ejemplo de la chica. Unos días después, se encuentra en un parque. Se le acerca un perro y ella sale corriendo. ¿Por qué? Porque en el pasado asoció el perro a las sensaciones que experimentó cuando le atacó. Por  similitud física, el perro del parque despertó en ellas sensaciones similares. Pero, ¿qué pasará en el futuro cuando se vuelva a cruzar con un perro? ¡Así es! Volverá a huir o a evitarlo. Pues bien, cada vez que evita o escapa de un perro, su miedo se hace mayor y se hace mucho más probable que en el futuro, en una situación similar, salga corriendo.

Igual ocurre con la emoción llamada ira. Si a un niño al que le pedimos que ordene su cuarto, cuando comienza a dar gritos y golpes (porque no quiere hacerlo), lo dejamos “en paz”, es decir, dejamos de decirle que ordene su cuarto, ¿qué pasará en el futuro cuando se le vuelva a pedir que ordene el cuarto u otra petición que no quiera realizar? ¡Correcto! Con muy alta probabilidad volverá a dar gritos y golpes. Llegará un momento en el que casi no se le podrá hablar. Pensad ahora en vuestra experiencia con vuestro hijo. ¿Qué pensáis que consigue “enfadándose” cuando le pedís que haga algo? ¡Exactamente! Que le dejéis de pedir que haga esfuerzos. Imaginad qué pasaría si permitieseis que no hiciera nada que no quiere hacer (por ejemplo, ir a la escuela, ducharse, comer, ir al médico) solo para que no se enfadase. Pues llegaría un momento en el que le tendríais mucho, pero que mucho miedo. Si analizamos vuestro comportamiento, podemos darnos cuenta de que estaríais actuando como la chica del ejemplo, evitando la amenaza. Y, por tanto, vuestro miedo se iría acrecentando poco a poco. Si analizamos el comportamiento de vuestro hijo en este ejemplo, vemos que el gritar y golpear le está siendo tremendamente útil para evitar aquello de lo que “huye” (el esfuerzo que implica hacer algo que “no quiere”).

Los analistas de conducta somos profesionales especializados en ayudaros a los padres a cambiar la forma en la que hacen las cosas. Modificando la forma en la que os relacionáis con vuestro hijo. Para ello, es fundamental que cambiéis las consecuencias que siguen al comportamiento de vuestro hijo. No siendo necesario para ello su aprobación. Es decir, él no decide cómo se hacen las cosas. Él está aprendiendo y vuestra responsabilidad y misión es que aprenda. Puede llevar un tiempo hasta que notéis los efectos del programa. En cualquier caso, vuestra actitud debe ser: “aquí están las consecuencias, es lo que hay.”

Debemos ser firmes en aplicar consecuencias diferenciales a su comportamiento aunque tengamos que aguantar sus ataques y amenazas.  Es muy probable que tu hijo discuta contigo e intente sacarte de quicio. En este punto NO TE DEJES LLEVAR, NO ENTRES EN SU JUEGO INTENTANDO DEFENDERTE diciendo cosas como “sabes que confío en ti…”. Eso te colocaría directamente donde él quiere: le proporciona una cantidad considerable de atención y mientras tanto no hace ninguna tarea. Es lenguaje basura. En su lugar le puedes decir: “Siento que no hayas hecho lo que se te pidió. Espero que mañana lo hagas, de modo que puedas disfrutar de los privilegios correspondientes.” Déjalo así y si vuelve a objetar, recuérdale que no vas a discutir más ese asunto, luego préstale atención a otras cosas (ignora con un propósito).

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